El sol quemaba los cascos de los soldados y la luz enrojecía y hacia lagrimear los ojos de aquellos que esperaban sentados en el suelo un salto desde la torre. El primero en saltar decía: "un mil, dos mil, tres mil, cuatro mil..., velamen verificar ya!!!!!!. Manuel que desde el suelo miraba, estaba callado y angustiado porque sabia que su salida seria espantosa y todos se burlarían de el.
Cuando llego el turno de Manuel, los instructores le notaron nervioso y le pegaron cachetadas en el rostro. Vino otro, lo puso al filo de la torre de un patadón diciendo: "¡¡¡Las mujeres también saltan. Que te pasa!!!".
A la voz de "¡¡¡ya!!!" y una palmada en el hombro, Manuel debía salir con un salto, pero este no salió. El instructor volvió a darle de cachetadas y Manuel se tiro al suelo agarrándose de las paredes. Lo agarraron entre dos y a punta de patadas lograron zafarlo de la esquina. Manuel empezó a rogar por su vida: "¡¡¡No, señor!!! ¡¡¡No señor!!!". El instructor volvió a repetir: "¡¡¡¡Las mujeres también saltan, cobarde!!!!" y lo empujaron lanzándolo al vacío.
El instructor dijo: "A este le gusta el golpe" y el otro: "Llámenlo de nuevo y que vuelva a saltar". Cuando lo volvieron a traer, el instructor le dijo: "La única manera de perder el miedo es que sigas saltando". Después de quince saltos y de haber recibido cachetadas y patadas, Manuel empezó a perder el miedo. Cuando llego el ultimo salto, estaba lleno de confianza y seguridad. A la voz de "¡¡¡ya!!!" tomo todo el impulso que pudo y salto como si fuera una fiera sobre su presa.
Al final del curso de paracaidistas, todos los alumnos pudieron graduarse. Los instructores felicitaron a Manuel por el logro alcanzado. Pero el no se sentía muy contento que digamos porque llevaría un rencor por dentro ya que sus instructores a pesar que lo ayudaron también lo golpearon y maltrataron.
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