sábado, 16 de noviembre de 2024

SODEDAT ROCLE



Lo conocí un domingo. Aquel día se realizaba un torneo de pesca en el muelle de Pimentel en el departamento de Lambayeque, y el premio era de trescientos soles más una caña de pescar y puerta libre para ingresar gratis al muelle por todo un mes. Todos lo conocían como Sodedat Rocle. Era un negro alto, corpulento y de espaldas anchas, con un bigote como escobilla para lustrar zapatos. Experto pescador y no había nadie que compitiera con él. Los que lo conocían hablaban que siempre capturaba los mejores peces. Entre ellos estaban el congrio, la chita y el lenguado. Cuando no tenía mucha suerte solo sacaba algunas chulas, uno que otro suco, un par de piñarros y un cangrejo.  

¾    Una vez lo vi sacar un lenguado gigante. Y un pescador que pasaba por ahí con su lancha le ayudó a subirlo. Tiene mucha suerte el negro ese. – dijo uno. 

¾    Hermano, el siempre saca buenas chitas, grandes y gordas, y yo no. Y eso que yo soy “loco” chitas, ah. – dijo otro. 

 Me preguntaba cuál sería el secreto de aquel pescador. Si radicaba en el tipo de carnada o en la plomada de su cordel. De carnada yo solo había escuchado que se utilizaba caballa y conchita salada, y como plomada le ponía una planchita de fierro doblada cuatro veces con un martillo. 

¾    Marucha, hermano, marucha. Con eso pescas cualquier tipo de pez. Lo haces un bollo y lo amarras al anzuelo y ¡zas!, lanzas el cordel lo más lejos posible – me recomendó un aficionado que se encontraba más próximo a la entrada del muelle, pero como vi que tenía la canasta vacía no le hizo mucho caso. Venía de puerto Eten, me comentó, y asomó por ahí a probar suerte ya que solo estaba de pasada. Cuando le pregunté si conocía al negro Sodedat Rocle me dijo que nunca había escuchado ese nombre en toda su vida. 

 Pero había gente que sí lo conocía muy bien, pero noté que había cierto rechazo o distanciamiento con él. No puedo asegurarlo ni afirmarlo del todo, pero diría que le tenían envidia. O tal vez eran tan orgullosos que ya no necesitaban pedirle ayuda, aunque al principio habían acudido a él para perfeccionar su estilo de pesca. 

 

Yo llevaba unos dos meses pescando, semana tras semana, y la verdad que no tenía suerte. Cada vez que lanzaba el cordel al mar, el anzuelo se entrampaba con alguna piedra o redes de pesca que había en el fondo y así se perdía un buen porcentaje del nylon, pues tenía que cortarlo con un cuchillo o lo perdía todo. Aunque la última vez se quedó enganchado en esas cosas llamadas “bolsos de sirena"; Y en otras oportunidades también, los cangrejos carreteros que se encontraban en el fondo del mar, esos que se comen los desechos y la carne descompuesta, se comían la carnada y me daban la impresión de haber atrapado un pez, pero luego de jalar el nylon hasta la superficie del agua, avisté que se habían quedado enganchados en el anzuelo uno o dos de aquellos cangrejos. No hay nada que hacer que me faltaba mucho por aprender.  

 Aquel día asomaron por el muelle muchos pescadores a parte de los que participaban en el torneo. Entre ellos había un viejo que me llamó mucho la atención por su avanzada edad, al cual me le acerqué para hacerle unas preguntas sobre el deporte que nos apasiona, la pesca. 

¾    ¿Qué tipo de cordel usa usted, maestro? - Me miró con recelo, pero luego me mostró una sonrisa en señal de amistad.

¾    Número doce, muchacho – me respondió.

¾    ¿Y de carnada que le pone?

¾    Ah…, conchita salada. 

Noté que me engañaba porque en una de sus capturas me di cuenta que en el anzuelo colgaba un pedazo de carne de pejerrey. Aquel viejo tenía su canasta llena de “tapaderas", algunos piñarros, chulas y por ahí unos cuantos bagres. 

¾    Tiene bastantes de esas “tapaderas”, pero tengo entendido que algunos la botan porque traen mala suerte. ¿Se come eso? ¿Cómo lo prepara usted, maestro? 

Me miró con cara de asombro y extrañeza, pero luego de unos segundos me contestó. 

¾    No…, - me dijo - eso yo lo como encebollado. 

Me aproximé al anciano para tantear el tamaño de aquellas “tapaderas" y observé que le faltaba en su mano derecha el dedo meñique y estaba cortado hasta un poco más abajo de la raíz. 

¾    ¿Qué le pasó a su dedo, maestro? – le pregunté. 

Se sonrojó un poco e intento evadir la pregunta empujando su canasta de pescado con el pie, corriéndolo unos centímetros más allá. Al no poder disimular más la presión que le hacía con mi interrogante, al fin contestó. 

¾    Ah…, son gajes del oficio, muchacho. Es como uno aprende a pescar. Son experiencias que uno debe pasar para ser un buen pescador.

¾    ¿Usted es de esta zona, maestro? Me refiero a si es pimenteleño.

¾    Claro, muchacho. Yo vivo aquí en Pimentel. Soy pimenteleño de nacimiento.

¾    Ah…, entonces debe conocer al negro Sodedat Rocle. 

Hubo un silencio y hasta se encolerizó consigo mismo. Después esquivó la mirada y no quiso abrir la boca ni para bostezar. Por unos segundos se puso melancólico mirando el horizonte y dejó correr una lágrima por su mejilla como extrañando algo o tal vez a un ser querido. 

¾    Si lo conozco. – me respondió. Se limpió la única lágrima que había asomado por su mejilla. - Él fue el que me enseñó a pescar. Sino fuera por él, no podría ganarme la vida en este oficio; ni podría llevar un pescado a mi casa para comer con mi familia.

¾    Entonces aprendió de él. Ah…, ya veo. 

El viejo asintió con la cabeza.  

¾    A cualquiera que veas aquí pescando y que sea de la zona, te va a decir lo mismo, que el negro Sodedat Rocle les enseñó a pescar. – me contestó el viejo.

¾    Debo darme una vuelta entonces por el muelle para averiguarlo. – le respondí.

¾    Así es, muchacho. – me contestó el viejo y lo dejé tranquilo pescando. 

Era cerca del mediodía y el torneo de pesca aun continuaba. Los jueces median con precisión los peces que capturaban los participantes para dar un veredicto y así premiar al ganador.  

Víctor el “colorao” era uno de los participantes que hasta ahora había capturado el pez más grande. Era de estatura baja y de peso promedio. Tendría unos cuarenta y cinco años más o menos. Tenía apariencia de ser de la sierra de Cajamarca. A su costado lo acompañaba un equipo completo de instrumentos de pesca y se notaba que había venido bien preparado para el torneo. 

 Soy de los que felicito y admiro cuando alguien sobresale en algo, a diferencia de otros que suelen envidiar cuando alguien los sobrepasa. Siempre cuando converso con alguna persona le digo que no hay que ser igualado porque esa persona está en ese lugar porque se lo mereció o porque la fortuna le permitió estar ahí, y no hay que envidiar lo que tiene, porque él se sacrificó o perdió algo para obtener eso o estar en aquella posición. 

¾    ¿Qué le pones de carnada, hermano? – le pregunté a Víctor cuando me le acerqué.

¾    Ah…, marucha. – me respondió.

¾    ¡Marucha! Yo le he estado poniendo conchita y caballa salada… - le respondí.

¾    Uh…, con eso no pescas nada. – me contestó. 

Por casualidad noté cuando me acerqué por el lado derecho de Víctor, que tenía amputado el dedo meñique de la mano derecha y estaba cortado hasta un poco más abajo de la raíz como en aquel viejo. Como yo soy curioso para las cosas extrañas no me intimidé en ningún momento para preguntarle. 

¾    ¿Qué le pasó a su dedo?

Me miró de reojo e inmediatamente se cubrió la mano con la manga de su chompa, bajándola toda e intentando ocultar el dedo por vergüenza. Evitó contestarme por unos segundos, tal vez tratando de ganar tiempo para pensar alguna respuesta que satisfaga mi curiosidad. 

¾    Son experiencias que uno tiene que pasar… Así es como uno aprende a pescar. La vida tiene sus altas y sus bajas… Se gana y se pierde en esta vida cuando uno quiere conseguir algo.

¾    Ah…, tiene sus consecuencias, entonces. ¿Y que fue? ¿Fue acaso un pescado o un tiburón el que le arranco el dedo? 

Se empezó a poner pálido por mi pregunta y eso que él era ya de piel blanca. 

¾    Uhm…, Más o menos. Digamos que fue algo así…, jajajaja…  

Soltó una sonrisa hipócrita. La más hipócrita que yo haya visto. 

¾    ¿Usted lo conoce al negro Sodedat Rocle? – le pregunté.  

Hizo sonar la nariz como aspirando aire y luego agachó la cabeza en señal de sumisión y al mismo tiempo de tristeza. 

¾    Si, si lo conozco… El me enseñó a pescar…– al fin respondió después de cinco segundos. Cuando se reincorporó totalmente de aquel estado melancólico, continuó - …sabes que, amigo, déjame pescar tranquilo un rato. No quiero que se me escape alguna chita o un lenguado que los estoy buscando. Después conversamos si quieres con mucho gusto, cuando acabe el torneo. Discúlpame. 

Se excusó para evitar conversar conmigo y zafarse de mi presencia. Debí haber sido más amable para conversar con él y así evitar herir sus susceptibilidades. 

Los jueces que hasta ahora daban como favorito al “colorao” Víctor por haber capturado la chula más grande, ahora se lo dieron al negro Sodedat Rocle por haber capturado un lenguado de gran tamaño. 

¾    Otra vez ese negro. Se las lleva todas, hermano. Así no se puede competir. – dijo uno de los participantes que llevaba un buzo verde más parecido a un buzo militar. Me sorprendió mucho que el también tuviera el dedo meñique amputado como los otros pescadores anteriores.

¾    Es pura suerte, hermano, pura suerte. – dijo otro que estaba a su costado y que se había vestido todo de azul de una tela cortaviento. Este sujeto también tenía el dedo meñique amputado como el de su compañero. 

Me acerqué por curiosidad para intercambiar unas palabras con ellos.  

¾    ¿Ustedes conocen al negro Sodedat Rocle? ¿Cuál creen que sea su secreto para pescar? – les pregunté, mientras estaban concentrados manipulando su caña de pescar. 

Hubo silencio. Ambos se miraron entre ellos. Pusieron cara de angustia y rencor al mismo tiempo. Dudaron quien iba a ser el primero en contestar a mi pregunta.  Después de contados segundos, al fin abrieron la boca.  

¾    Claro que lo conocemos, ese tío nos enseñó a pescar. – respondió el de buzo militar.

¾    Lo que pasa, amigo, es que ese tío ya es viejo. Ha pescado toda su vida, por eso sabe pescar. – agregó el de buzo azul cortaviento.

¾    Ah…, ya veo. ¿Y ustedes porque tienen los dedos amputados? ¿Qué les pasó? 

Hubo otra vez silencio. Ambos miraron hacia otro lado y por un momento agacharon la cabeza en señal de derrota. Demoraron cerca de un minuto para responder a mi pregunta. 

¾    Es parte de este oficio, amigo. Si quieres comer tortilla tienes que romper los huevos. – me respondió el de buzo azul adelantándose a su compañero.  

Al ver que cambiaron de actitud, ya que lo noté en sus rostros, decidí hacer otra pregunta que no esté relacionada con sus dedos. 

¾    ¿Y ustedes que tan buenos pescadores son?

¾    Bueno, al menos nos defendemos. Tenemos alguna chita y uno que otro lenguado por ahí en nuestra lista de capturas, jajaja… - respondió el de buzo azul y ambos empezaron a reírse juntos. 

A la una de la tarde, hora en que finalizaba el torneo, los jueces dictaminaron que el ganador era el negro Sodedat Rocle. Entre sus muchas capturas por intentar atrapar el pescado más grande estaban tres chitas, cuatro chulas, dos tramboyos y un lenguado. No había duda de que era el justo ganador. 

Dentro de los instrumentos que utilizaba vi que tenía un alicate, una pinza, unas tijeras, una soga y un cuchillo bien afilado el cual utilizaba para destripar el pescado. 

Le interrumpí en un momento cuando estaba echando los pescados a la canasta. Me acerqué para preguntarle acerca de su estilo de pesca, el tipo de carnada que usaba y cuál era su secreto para capturar buenos peces; pero el negro, al parecer, se dio cuenta del motivo por el cual estaba ahí y se me adelantó.  

¾    ¿Qué pasa, flaco? – me dijo - ¿Tú también quieres aprender a pescar?

¾    Si, señor… Así es. Deseo aprender a pescar.

¾    ¿Y le preguntaste a los demás como aprendieron este oficio?

¾    Si, señor. Claro que les pregunté.

¾    ¿Y qué te dijeron?

¾    Que usted les enseñó.

¾    Uhmmm… ¿Y en verdad quieres aprender a pescar?

¾    Claro, señor.

¾    ¿Pero en serio estás preparado para aprender pescar?

¾    Si, señor.

¾    Pues, entonces. Coge esa soga que está en esa esquina.  

La cogí y esperé a que me dijera que es lo que debía hacer con ella.  

¾    ¿Ves esa barra del frente?

¾    ¿Cual? ¿La que está pintada de rojo?

¾    Si, esa misma.

¾    ¿Qué quiere que haga con ella?

¾    Amarra un extremo de la soga a esa barra y asegúrate de que este bien fija para que no se salga cuando uno la jale. Lo más fuerte que puedas asegúrala. 

Puse todo mi esfuerzo por asegurarla a la barra del muelle donde uno se apoya cuando va a mirar el mar.

¾    ¿Cómo, así? ¿Así está bien?

¾    Exacto. Ah…, ya sabes.

¾    Más o menos, señor.

¾    Y ahora coge el otro extremo y átalo a uno de tus brazos, el que más te guste.

¾    ¡Qué!, - dudé en hacerlo por unos segundos, pero luego, accionado por el impulso natural de querer aprender el oficio de pescador, cumplí al pie de la letra lo que me encomendó. - el derecho pues será.

¾    El que más te guste, flaco. 

Al observar que había cumplido con todas sus órdenes, el negro se dirigió hacia mí, tomó fuertemente mi brazo izquierdo, cogió su cuchillo afilado que tenía envainado a la cintura del pantalón, y acto seguido me amputó un dedo. 

 

 FIN

 


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