El
servicio de inteligencia de la policía nacional del Perú estaba en busca del
peligroso delincuente alias “calibre 43”. Cinco agentes encubiertos
especialistas en inteligencia táctica y operativa, disfrazados de civil,
estaban a cargo de la misión de capturarlo o acabar con la vida de aquel
criminal en caso sea necesario. El coronel de la policía Ramiro Astudillo
Mamani, un oficial con una carrera intachable en sus treinta y ocho años de
servicio a la institución policial, sería el cerebro pensante detrás de la
operación. Tenía la misión de atraparlo vivo o muerto. La presidenta de la
república asesorada por los altos mandos jerárquicos de la policía nacional del
Perú le recomendaron al coronel Astudillo para ser el encargado de tomar las
riendas de aquella riesgosa misión que podría traer más bajas a la institución
policial de las que ya tenían.
El
coronel Astudillo Mamani se había ganado la confianza de los altos mandos de la
policía y estos le habían designado para tal fin. Sus estudios y preparación; méritos,
distinciones y comportamiento intachable lo avalaban para ser el elegido. No le
gustaban los vicios (no era mujeriego ni frecuentaba casas de citas, no fumaba
ni consumía algún tipo de estupefaciente y no bebía ni una gota de licor),
amaba y cumplía con su trabajo fielmente. Era adicto exageradamente a la
puntualidad y la hacía respetar y cumplir sin objeciones. Cuando ascendió al
grado de coronel de la policía, había jurado por Dios, por la patria y por su
familia, acabar con la delincuencia, la corrupción y toda la “podredumbre” de
las instituciones públicas del país.
“Calibre
43" era un feroz, sanguinario y temible sicario venezolano que ya había
acabado con la vida de siete policías y cuatro serenos de la municipalidad de
Lima. Trabajaba como asesino a sueldo para la organización criminal “Hermanos
de sangre de Maracaibo”. El gobierno peruano había puesto una recompensa de
ochenta mil soles para todo aquel que brinde información acerca de su paradero.
Uno
de los policías elegido para la operación “Zarpazo de tigre" era el
suboficial técnico de primera Rafael Saturnino Rupire. Padre de tres hermosos
hijos y esposo de una bella mujer llamada Rosa Oroya Chuquipiondo. Saturnino de
cuarenta y ocho años de edad era una persona muy querida por su familia.
Siempre se despedía de ellos a las 6:00 am de la mañana cuando se iba a
trabajar a la comisaría de la Perla en el Callao. Era el mayor de siete
hermanos. Tenía una barriga prominente producto de la cerveza que bebía algunos
fines de semana y que terminaba en unas borracheras tremendas donde corría
cuchillo, bala, peleas y escándalo. La gente que lo conocía sabía que era
incorregible, y cuando alguien quería reclamarle y llamarle la atención por su
comportamiento, él les decía de manera directa y desafiante “¡Que pasa, carajo!
¡Cuidadito con abrir la boca! ¡Me los siembro a todititos ustedes y los echo al
calabozo!". Tenía una nariz aguileña con unos orificios como dos cañones
de escopeta; unas piernas que parecían de gorrión; la piel quemada por el sol y
unos ojos muy negros como dos choloques. Su boca era como el pico de una
lechuza (muy pequeña) en medio de dos cachetes hinchados producto del alcohol.
Siempre decía ante una amenaza o extorsión de algún delincuente nacional o
extranjero “aquí estoy para poner el pecho por mi familia y mi país". Pero
cuando se enteró que había sido seleccionado para la misión de capturar a aquel
sicario venezolano, se asustó y luego se apenó un poco porque pensó por un
momento que nunca más volvería a ver a su familia.
El
segundo policía seleccionado para la misión era el suboficial técnico de
segunda Antonio Cordero De la fuente. Trabajaba en la comisaría del distrito de
la Victoria en Lima. Le gustaba fumar una cajetilla de cigarrillos al día para así
evitar el consumo de marihuana y demás estupefacientes, aunque en sus
vacaciones y alguno que otro fin de semana los vecinos lo veían con los ojos
rojos, amenazando a todo aquel que se atravesara en su camino, muy mal humorado y violento. Era soltero y no tenía hijos. Llevaba
cuarenta años encima y hasta la fecha de su llamamiento para la misión no se
había casado y mucho menos había conseguido una novia. Los días en que estaba sano y alegre visitaba a sus vecinos, amigos, compañeros de trabajo y se disculpaba
con todo aquel a quien había ofendido con alguna palabra, falta, o exabrupto el
día anterior. Amaba a sus padres y hermanos y ellos también a él. Le perdonaban
su mal genio, sus vicios, su tacañería y hasta su mal olor. “Nunca me echo
perfume; solo uso agua, jabón y desodorante", decía muy orgulloso a todo
aquel curioso que le preguntaba por su manera de ser. Andaba bien afeitado, y
su calvicie, debido a la ansiedad y al estrés, la asolapaba cortándose el
cabello al ras. Cuando le avisaron que estaba en la lista de los integrantes
para la misión, reunió a toda su familia; abrazó a sus padres y hermanos y
lloró junto con ellos. Él sabía muy bien que para eso se había hecho policía,
para defender a la patria de los enemigos. Tenía que dar la vida por su familia
y por su país.
El tercer agente era el suboficial técnico de primera Manuel López Feijoo. Trabajaba en la comisaría de puente piedra. Era de ascendencia China. Su contextura era delgada y solía usar unas gafas oscuras. Su comida favorita era el ramen con lonjas de carne de cerdo, y como bebida favorita tomaba el popular sake. “¿Y tú por qué consumes comida japonesa si eres chino?”, le preguntaban en el trabajo, “Para variar, pues, hermano; Ya estoy cansado del arroz chaufa; Uno se hostiga también”, les contestaba. Se jactaba de ser mujeriego y siempre decía para fanfarronearse “ayer salí con tres hembras y cumplí con todas. Las dejé muertas, hermano”. Conocía todos los prostíbulos de Lima y nadie los conocía mejor que él. Cuando por motivos laborales apoyaba a hacer requisas en aquellos lenocinios, buscaba una excusa para acusar al dueño del local de alguna falta grave o delito y después le perdonaba la sanción a cambio de favores sexuales con sus trabajadoras. “¿chino, como le haces para estar con todas y durar tanto a tus sesenta años?”, le preguntaron una vez sus amigos; “ah…, tengo mi secretito, pues, hermano. Bebo té de ginseng coreano. Esa planta que tiene forma de mujer. ¿has visto o no…? Ya ves, ya te acordaste; Y luego le agrego kion, miel y limón; Y listo, eso es todo”. Después, todos los que estaban ahí presentes escuchando, sacaban lápiz y papel y copiaban la receta que les había indicado.
El
cuarto policía convocado para la operación venía de la Amazonia peruana. En el
trabajo todos le decían “boíta", pero en realidad se llamaba Rolando Amasifuén
Matamoros. Laboraba en la comisaría del distrito de Villa el Salvador. Tenía
bajo su responsabilidad cuidar todas las bodegas y negocios de su zona ante
la ola de asaltos y extorsiones de los delincuentes, y cobraba una comisión a
manera de propina por parte de los propietarios de los negocios. Una vez uno de
los propietarios, la señora Esther Domínguez, dejó de pagar cupo por tres meses
y el popular “boíta" le sembró un ladrillo de clorhidrato de cocaína en su tienda, y la
dueña se fue presa directo al penal de mujeres de chorrillos. Fue una
experiencia amarga para él, pero después se arrepintió de lo que había hecho. Tenía
cuarenta años de edad y había venido a Lima traído por su tío. Había trabajado
en una caballería donde el dueño era un comandante de la policía de apellido Priale.
“¿Qué haces con esa cuchara en los bolsillos?”, le preguntó una vez el comandante,
y el respondió “Es por si me da hambre, ya tengo conque comer”. Entonces el
comandante poco a poco iba conociendo sus costumbres y le dejaba tranquilo sin
molestarlo, hasta que adoptara o se vaya acostumbrando a los modos de la gente
de la capital. Con el transcurrir de los años, por su dedicación a la crianza
de caballos de paso, el comandante lo ayudó a ingresar a la policía. Ahora se
había convertido en todo un suboficial y el comandante se molestó un poco
cuando el coronel Astudillo Mamani lo enlistó para la misión. “No, no te lo
puedes llevar; es mi recomendado", le increpó. “Aquí nadie tiene padrino.
Las órdenes se cumplen sin quejas ni murmuraciones", le hizo saber el
coronel Astudillo. Y el comandante Priale, el protegido de “boíta", no
pudo hacer nada para evitar su alistamiento para la misión.
- Mi coronel, aquí tiene el legajo de cada uno de los convocados para la misión. Está documentado y actualizado como usted lo pidió. Le hicimos un seguimiento exhaustivo a cada agente a cualquier lugar a adonde iban e investigamos su vida privada. Tenemos testimonios de vecinos y gente que los conocen y hay vídeos, audios y todo. Con todo esto, mi coronel, los agentes cumplen con todos los requisitos que se necesitan para conformar el equipo operativo, tal cual como usted lo solicitó.
- ¿Y el equipo “B" ya está listo para intervenir como le ordené?
- Sí, mi coronel.
- Bueno, gracias teniente Jiménez por su trabajo. Permítame felicitarlo. Aquí tiene la papeleta de permiso por cinco días que usted me pidió por un asunto netamente familiar.
- Gracias,
mi coronel. Permiso para retirarme.
Una
llamada anónima de la cual solo sabía y se había reservado para sí mismo el
coronel Astudillo Mamani para evitar toda infiltración y sabotaje a la
operación, había dado información exacta acerca de la dirección del temible
“calibre 43”.
- Salgan
y tomen sus posiciones. Ustedes ya saben que hacer. Solamente deben recordar
las indicaciones que he dado esta mañana, ¿de acuerdo? No tenemos tiempo.
Debemos evitar su fuga de este país. Tengo información que probablemente esté
pensando en irse a Ecuador o Colombia y de ahí partir para España. Recuerden,
es el que tiene tatuaje de la santa muerte pidiendo silencio en el brazo
izquierdo.
- ¡Sí, mi coronel! – gritaron todos al unísono.
- Disculpe, mi coronel. ¿Pero usted cree que sean suficientes estos preparativos? – le preguntó “boíta".
- ¿Qué está usted hablando, suboficial? ¿Acaso tiene miedo? Deberías tener vergüenza por lo que me acabas de decir. Ustedes son policías. Están preparados para combatir el crimen en todo momento y circunstancia. Justifique su sueldo, carajo. Aquí estamos todos para defender y servir fielmente a la patria.
- Eh…, eh…, si…, perdone usted, mi coronel.
“Calibre
43” se refugiaba en el departamento número 343 del tercer piso del edificio “La
alameda” en el distrito de San Martín de Porres. Los cuatro policías tomaron
sus posiciones y lo esperaron a que saliera del departamento a la 15:00 pm de
la tarde, según información policial que manejaba el coronel Astudillo. Sin
embargo, transcurridas dos horas de espera, el sicario venezolano no aparecía
por ningún lado.
Todos
se preguntaban si de repente habría salido por alguna puerta falsa o
escondrijo, o tenía un hermano gemelo que se hacía pasar por el para así
despistar a la policía. Pero la información nunca se equivocaba, porque estaba
en juego la vida de cuatro valerosos policías.
- Mi
coronel, todo sin novedad. Aún no aparece el objetivo. – llamó el “chino”
Manuel Feijoo por radio al coronel Astudillo.
- Salgan
del lugar; retírense. Repito; Aborten la misión, repliéguense; regresen a sus
unidades.
- Comprendido,
mi coronel.
Al
parecer, el coronel Astudillo había recibido la llamada de uno de los altos
mandos de la policía nacional del Perú, indicándole que cancele toda misión en
marcha y se presentase inmediatamente ante el general Aponte con el informe
correspondiente de la operación “zarpazo de tigre" y por eso tuvo que
abortar la misión de manera imprevista.
Los
cuatro valerosos policías se abrazaron y bajaron por las escaleras. Iban
conversando en voz baja y hasta en lenguaje de señas cuando de pronto
escucharon un disparo que pasó justo por sus cabezas y fue a dar en la sien del
suboficial Rafael Saturnino Rupire. Este cayó al piso de golpe como un saco lleno de
cemento y fue a rodar por las escaleras dejando en su camino un rastro rojo de
sangre. Un segundo disparo traspasó el tórax del suboficial Manuel López Feijoo,
destrozándole el corazón y dejándolo tirado en el piso, inerte, sin vida y
empapado en sangre.
Ambos
suboficiales, “Boíta” y Antonio cordero, corrieron despavoridos a refugiarse en
algún lugar del pasadizo de las escaleras. Sacaron sus armas para defenderse,
pero no les alcanzó para repeler la lluvia de balas que “calibre 43” disparaba
sin cesar.
- De aquí no salimos con vida, hermano. Ya fuimos. – se quejaba Antonio cordero.
- Al menos tú no tienes mujer e hijos a quien cuidar y mantener, yo sí. – le hacía notar “boíta".
- ¡¡¡Ahhh…!!!, ¡¡¡me dieron, maldita sea!!! Yo no estaba preparado para esto. ¡Me desangro! ¡ayuda! ¡auxilio! ¡una ambulancia!
- Aguanta,
hermano. Vamos a salir de esta. Lo juro, por Dios.
El
suboficial Antonio cordero no pudo contener la sangre; sufrió una hemorragia
severa producto de nueve impactos de bala que fueron a dar en el estómago,
hígado y pulmones, y murió.
“Boíta",
el único sobreviviente de la operación, logró llegar al primer piso del
edificio pero “calibre 43” no le permitió salir a la calle y lo remató ahí
mismo en presencia de toda la gente que corría con pavor y desesperación a
esconderse.
- ¡coronel,
su operación resultó todo un fracaso, maldita sea! ¿Por qué envió a esta gente
como carne de cañón cuando usted sabía muy bien que no cumplía con los
requisitos de una misión tan peligrosa para acabar con ese despiadado
delincuente?
- ¿Fracaso?
¿requisitos? Disculpe, mi general, pero, ¿de qué está usted hablando? Le
aseguro con toda franqueza que el personal seleccionado cumplía con todos los requisitos
que se requerían para llevar a cabo el operativo. Aquí no ha habido ningún
fracaso. Al contrario más bien, mi general, la misión resultó todo un éxito.
Todo salió de acuerdo al plan. Todo funcionó como un reloj suizo. Pero eso sí,
yo fui el que dio la orden de abortar la misión, Jajajaja… Combatí el crimen,
mi general. Prometí acabar con la lacra de este país y lo he hecho,
jajajajajaja…
- ¡¡¡Quééé…!!!, ¿pero qué está usted hablando? ¿Has perdido el juicio, acaso?
- No,
nada de eso, mi general. Aquí tiene usted estos legajos. Es el historial de
cada agente que participó en la operación “zarpazo de tigre". Esta muy
detallado y actualizado. Léalos y convénzase usted mismo. Le repito que he
cumplido con lo que prometí.
- ¡¡¡Explíquese!!!
- Pues está más claro que el agua, mi general. Nos deshicimos de un borracho, un drogadicto, un mujeriego y de un extorsionador. ¿Acaso no cumplí con lo que prometí cuando le dije que acabaría con lacra de este país? Y con lo que respecta a “calibre 43”, no se preocupe usted, mi general, el equipo “B" se encargó de aniquilarlo segundos después de que acabaran con el equipo “A". Está tan lleno de plomo que ni su mamá y su perro lo van a reconocer. Necesito su recomendación y la venia del comando general policial para mi próximo ascenso. Y ahora deme un permiso porque en estos momentos voy a felicitar a mis valerosos policías del equipo “B” que cumplieron con éxito la misión que les encomendé.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario