sábado, 16 de noviembre de 2024

SODEDAT ROCLE



Lo conocí un domingo. Aquel día se realizaba un torneo de pesca en el muelle de Pimentel en el departamento de Lambayeque, y el premio era de trescientos soles más una caña de pescar y puerta libre para ingresar gratis al muelle por todo un mes. Todos lo conocían como Sodedat Rocle. Era un negro alto, corpulento y de espaldas anchas, con un bigote como escobilla para lustrar zapatos. Experto pescador y no había nadie que compitiera con él. Los que lo conocían hablaban que siempre capturaba los mejores peces. Entre ellos estaban el congrio, la chita y el lenguado. Cuando no tenía mucha suerte solo sacaba algunas chulas, uno que otro suco, un par de piñarros y un cangrejo.  

¾    Una vez lo vi sacar un lenguado gigante. Y un pescador que pasaba por ahí con su lancha le ayudó a subirlo. Tiene mucha suerte el negro ese. – dijo uno. 

¾    Hermano, el siempre saca buenas chitas, grandes y gordas, y yo no. Y eso que yo soy “loco” chitas, ah. – dijo otro. 

 Me preguntaba cuál sería el secreto de aquel pescador. Si radicaba en el tipo de carnada o en la plomada de su cordel. De carnada yo solo había escuchado que se utilizaba caballa y conchita salada, y como plomada le ponía una planchita de fierro doblada cuatro veces con un martillo. 

¾    Marucha, hermano, marucha. Con eso pescas cualquier tipo de pez. Lo haces un bollo y lo amarras al anzuelo y ¡zas!, lanzas el cordel lo más lejos posible – me recomendó un aficionado que se encontraba más próximo a la entrada del muelle, pero como vi que tenía la canasta vacía no le hizo mucho caso. Venía de puerto Eten, me comentó, y asomó por ahí a probar suerte ya que solo estaba de pasada. Cuando le pregunté si conocía al negro Sodedat Rocle me dijo que nunca había escuchado ese nombre en toda su vida. 

 Pero había gente que sí lo conocía muy bien, pero noté que había cierto rechazo o distanciamiento con él. No puedo asegurarlo ni afirmarlo del todo, pero diría que le tenían envidia. O tal vez eran tan orgullosos que ya no necesitaban pedirle ayuda, aunque al principio habían acudido a él para perfeccionar su estilo de pesca. 

 

Yo llevaba unos dos meses pescando, semana tras semana, y la verdad que no tenía suerte. Cada vez que lanzaba el cordel al mar, el anzuelo se entrampaba con alguna piedra o redes de pesca que había en el fondo y así se perdía un buen porcentaje del nylon, pues tenía que cortarlo con un cuchillo o lo perdía todo. Aunque la última vez se quedó enganchado en esas cosas llamadas “bolsos de sirena"; Y en otras oportunidades también, los cangrejos carreteros que se encontraban en el fondo del mar, esos que se comen los desechos y la carne descompuesta, se comían la carnada y me daban la impresión de haber atrapado un pez, pero luego de jalar el nylon hasta la superficie del agua, avisté que se habían quedado enganchados en el anzuelo uno o dos de aquellos cangrejos. No hay nada que hacer que me faltaba mucho por aprender.  

 Aquel día asomaron por el muelle muchos pescadores a parte de los que participaban en el torneo. Entre ellos había un viejo que me llamó mucho la atención por su avanzada edad, al cual me le acerqué para hacerle unas preguntas sobre el deporte que nos apasiona, la pesca. 

¾    ¿Qué tipo de cordel usa usted, maestro? - Me miró con recelo, pero luego me mostró una sonrisa en señal de amistad.

¾    Número doce, muchacho – me respondió.

¾    ¿Y de carnada que le pone?

¾    Ah…, conchita salada. 

Noté que me engañaba porque en una de sus capturas me di cuenta que en el anzuelo colgaba un pedazo de carne de pejerrey. Aquel viejo tenía su canasta llena de “tapaderas", algunos piñarros, chulas y por ahí unos cuantos bagres. 

¾    Tiene bastantes de esas “tapaderas”, pero tengo entendido que algunos la botan porque traen mala suerte. ¿Se come eso? ¿Cómo lo prepara usted, maestro? 

Me miró con cara de asombro y extrañeza, pero luego de unos segundos me contestó. 

¾    No…, - me dijo - eso yo lo como encebollado. 

Me aproximé al anciano para tantear el tamaño de aquellas “tapaderas" y observé que le faltaba en su mano derecha el dedo meñique y estaba cortado hasta un poco más abajo de la raíz. 

¾    ¿Qué le pasó a su dedo, maestro? – le pregunté. 

Se sonrojó un poco e intento evadir la pregunta empujando su canasta de pescado con el pie, corriéndolo unos centímetros más allá. Al no poder disimular más la presión que le hacía con mi interrogante, al fin contestó. 

¾    Ah…, son gajes del oficio, muchacho. Es como uno aprende a pescar. Son experiencias que uno debe pasar para ser un buen pescador.

¾    ¿Usted es de esta zona, maestro? Me refiero a si es pimenteleño.

¾    Claro, muchacho. Yo vivo aquí en Pimentel. Soy pimenteleño de nacimiento.

¾    Ah…, entonces debe conocer al negro Sodedat Rocle. 

Hubo un silencio y hasta se encolerizó consigo mismo. Después esquivó la mirada y no quiso abrir la boca ni para bostezar. Por unos segundos se puso melancólico mirando el horizonte y dejó correr una lágrima por su mejilla como extrañando algo o tal vez a un ser querido. 

¾    Si lo conozco. – me respondió. Se limpió la única lágrima que había asomado por su mejilla. - Él fue el que me enseñó a pescar. Sino fuera por él, no podría ganarme la vida en este oficio; ni podría llevar un pescado a mi casa para comer con mi familia.

¾    Entonces aprendió de él. Ah…, ya veo. 

El viejo asintió con la cabeza.  

¾    A cualquiera que veas aquí pescando y que sea de la zona, te va a decir lo mismo, que el negro Sodedat Rocle les enseñó a pescar. – me contestó el viejo.

¾    Debo darme una vuelta entonces por el muelle para averiguarlo. – le respondí.

¾    Así es, muchacho. – me contestó el viejo y lo dejé tranquilo pescando. 

Era cerca del mediodía y el torneo de pesca aun continuaba. Los jueces median con precisión los peces que capturaban los participantes para dar un veredicto y así premiar al ganador.  

Víctor el “colorao” era uno de los participantes que hasta ahora había capturado el pez más grande. Era de estatura baja y de peso promedio. Tendría unos cuarenta y cinco años más o menos. Tenía apariencia de ser de la sierra de Cajamarca. A su costado lo acompañaba un equipo completo de instrumentos de pesca y se notaba que había venido bien preparado para el torneo. 

 Soy de los que felicito y admiro cuando alguien sobresale en algo, a diferencia de otros que suelen envidiar cuando alguien los sobrepasa. Siempre cuando converso con alguna persona le digo que no hay que ser igualado porque esa persona está en ese lugar porque se lo mereció o porque la fortuna le permitió estar ahí, y no hay que envidiar lo que tiene, porque él se sacrificó o perdió algo para obtener eso o estar en aquella posición. 

¾    ¿Qué le pones de carnada, hermano? – le pregunté a Víctor cuando me le acerqué.

¾    Ah…, marucha. – me respondió.

¾    ¡Marucha! Yo le he estado poniendo conchita y caballa salada… - le respondí.

¾    Uh…, con eso no pescas nada. – me contestó. 

Por casualidad noté cuando me acerqué por el lado derecho de Víctor, que tenía amputado el dedo meñique de la mano derecha y estaba cortado hasta un poco más abajo de la raíz como en aquel viejo. Como yo soy curioso para las cosas extrañas no me intimidé en ningún momento para preguntarle. 

¾    ¿Qué le pasó a su dedo?

Me miró de reojo e inmediatamente se cubrió la mano con la manga de su chompa, bajándola toda e intentando ocultar el dedo por vergüenza. Evitó contestarme por unos segundos, tal vez tratando de ganar tiempo para pensar alguna respuesta que satisfaga mi curiosidad. 

¾    Son experiencias que uno tiene que pasar… Así es como uno aprende a pescar. La vida tiene sus altas y sus bajas… Se gana y se pierde en esta vida cuando uno quiere conseguir algo.

¾    Ah…, tiene sus consecuencias, entonces. ¿Y que fue? ¿Fue acaso un pescado o un tiburón el que le arranco el dedo? 

Se empezó a poner pálido por mi pregunta y eso que él era ya de piel blanca. 

¾    Uhm…, Más o menos. Digamos que fue algo así…, jajajaja…  

Soltó una sonrisa hipócrita. La más hipócrita que yo haya visto. 

¾    ¿Usted lo conoce al negro Sodedat Rocle? – le pregunté.  

Hizo sonar la nariz como aspirando aire y luego agachó la cabeza en señal de sumisión y al mismo tiempo de tristeza. 

¾    Si, si lo conozco… El me enseñó a pescar…– al fin respondió después de cinco segundos. Cuando se reincorporó totalmente de aquel estado melancólico, continuó - …sabes que, amigo, déjame pescar tranquilo un rato. No quiero que se me escape alguna chita o un lenguado que los estoy buscando. Después conversamos si quieres con mucho gusto, cuando acabe el torneo. Discúlpame. 

Se excusó para evitar conversar conmigo y zafarse de mi presencia. Debí haber sido más amable para conversar con él y así evitar herir sus susceptibilidades. 

Los jueces que hasta ahora daban como favorito al “colorao” Víctor por haber capturado la chula más grande, ahora se lo dieron al negro Sodedat Rocle por haber capturado un lenguado de gran tamaño. 

¾    Otra vez ese negro. Se las lleva todas, hermano. Así no se puede competir. – dijo uno de los participantes que llevaba un buzo verde más parecido a un buzo militar. Me sorprendió mucho que el también tuviera el dedo meñique amputado como los otros pescadores anteriores.

¾    Es pura suerte, hermano, pura suerte. – dijo otro que estaba a su costado y que se había vestido todo de azul de una tela cortaviento. Este sujeto también tenía el dedo meñique amputado como el de su compañero. 

Me acerqué por curiosidad para intercambiar unas palabras con ellos.  

¾    ¿Ustedes conocen al negro Sodedat Rocle? ¿Cuál creen que sea su secreto para pescar? – les pregunté, mientras estaban concentrados manipulando su caña de pescar. 

Hubo silencio. Ambos se miraron entre ellos. Pusieron cara de angustia y rencor al mismo tiempo. Dudaron quien iba a ser el primero en contestar a mi pregunta.  Después de contados segundos, al fin abrieron la boca.  

¾    Claro que lo conocemos, ese tío nos enseñó a pescar. – respondió el de buzo militar.

¾    Lo que pasa, amigo, es que ese tío ya es viejo. Ha pescado toda su vida, por eso sabe pescar. – agregó el de buzo azul cortaviento.

¾    Ah…, ya veo. ¿Y ustedes porque tienen los dedos amputados? ¿Qué les pasó? 

Hubo otra vez silencio. Ambos miraron hacia otro lado y por un momento agacharon la cabeza en señal de derrota. Demoraron cerca de un minuto para responder a mi pregunta. 

¾    Es parte de este oficio, amigo. Si quieres comer tortilla tienes que romper los huevos. – me respondió el de buzo azul adelantándose a su compañero.  

Al ver que cambiaron de actitud, ya que lo noté en sus rostros, decidí hacer otra pregunta que no esté relacionada con sus dedos. 

¾    ¿Y ustedes que tan buenos pescadores son?

¾    Bueno, al menos nos defendemos. Tenemos alguna chita y uno que otro lenguado por ahí en nuestra lista de capturas, jajaja… - respondió el de buzo azul y ambos empezaron a reírse juntos. 

A la una de la tarde, hora en que finalizaba el torneo, los jueces dictaminaron que el ganador era el negro Sodedat Rocle. Entre sus muchas capturas por intentar atrapar el pescado más grande estaban tres chitas, cuatro chulas, dos tramboyos y un lenguado. No había duda de que era el justo ganador. 

Dentro de los instrumentos que utilizaba vi que tenía un alicate, una pinza, unas tijeras, una soga y un cuchillo bien afilado el cual utilizaba para destripar el pescado. 

Le interrumpí en un momento cuando estaba echando los pescados a la canasta. Me acerqué para preguntarle acerca de su estilo de pesca, el tipo de carnada que usaba y cuál era su secreto para capturar buenos peces; pero el negro, al parecer, se dio cuenta del motivo por el cual estaba ahí y se me adelantó.  

¾    ¿Qué pasa, flaco? – me dijo - ¿Tú también quieres aprender a pescar?

¾    Si, señor… Así es. Deseo aprender a pescar.

¾    ¿Y le preguntaste a los demás como aprendieron este oficio?

¾    Si, señor. Claro que les pregunté.

¾    ¿Y qué te dijeron?

¾    Que usted les enseñó.

¾    Uhmmm… ¿Y en verdad quieres aprender a pescar?

¾    Claro, señor.

¾    ¿Pero en serio estás preparado para aprender pescar?

¾    Si, señor.

¾    Pues, entonces. Coge esa soga que está en esa esquina.  

La cogí y esperé a que me dijera que es lo que debía hacer con ella.  

¾    ¿Ves esa barra del frente?

¾    ¿Cual? ¿La que está pintada de rojo?

¾    Si, esa misma.

¾    ¿Qué quiere que haga con ella?

¾    Amarra un extremo de la soga a esa barra y asegúrate de que este bien fija para que no se salga cuando uno la jale. Lo más fuerte que puedas asegúrala. 

Puse todo mi esfuerzo por asegurarla a la barra del muelle donde uno se apoya cuando va a mirar el mar.

¾    ¿Cómo, así? ¿Así está bien?

¾    Exacto. Ah…, ya sabes.

¾    Más o menos, señor.

¾    Y ahora coge el otro extremo y átalo a uno de tus brazos, el que más te guste.

¾    ¡Qué!, - dudé en hacerlo por unos segundos, pero luego, accionado por el impulso natural de querer aprender el oficio de pescador, cumplí al pie de la letra lo que me encomendó. - el derecho pues será.

¾    El que más te guste, flaco. 

Al observar que había cumplido con todas sus órdenes, el negro se dirigió hacia mí, tomó fuertemente mi brazo izquierdo, cogió su cuchillo afilado que tenía envainado a la cintura del pantalón, y acto seguido me amputó un dedo. 

 

 FIN

 


jueves, 17 de octubre de 2024

Calibre 43

 


El servicio de inteligencia de la policía nacional del Perú estaba en busca del peligroso delincuente alias “calibre 43”. Cinco agentes encubiertos especialistas en inteligencia táctica y operativa, disfrazados de civil, estaban a cargo de la misión de capturarlo o acabar con la vida de aquel criminal en caso sea necesario. El coronel de la policía Ramiro Astudillo Mamani, un oficial con una carrera intachable en sus treinta y ocho años de servicio a la institución policial, sería el cerebro pensante detrás de la operación. Tenía la misión de atraparlo vivo o muerto. La presidenta de la república asesorada por los altos mandos jerárquicos de la policía nacional del Perú le recomendaron al coronel Astudillo para ser el encargado de tomar las riendas de aquella riesgosa misión que podría traer más bajas a la institución policial de las que ya tenían.

El coronel Astudillo Mamani se había ganado la confianza de los altos mandos de la policía y estos le habían designado para tal fin. Sus estudios y preparación; méritos, distinciones y comportamiento intachable lo avalaban para ser el elegido. No le gustaban los vicios (no era mujeriego ni frecuentaba casas de citas, no fumaba ni consumía algún tipo de estupefaciente y no bebía ni una gota de licor), amaba y cumplía con su trabajo fielmente. Era adicto exageradamente a la puntualidad y la hacía respetar y cumplir sin objeciones. Cuando ascendió al grado de coronel de la policía, había jurado por Dios, por la patria y por su familia, acabar con la delincuencia, la corrupción y toda la “podredumbre” de las instituciones públicas del país.

“Calibre 43" era un feroz, sanguinario y temible sicario venezolano que ya había acabado con la vida de siete policías y cuatro serenos de la municipalidad de Lima. Trabajaba como asesino a sueldo para la organización criminal “Hermanos de sangre de Maracaibo”. El gobierno peruano había puesto una recompensa de ochenta mil soles para todo aquel que brinde información acerca de su paradero.

Uno de los policías elegido para la operación “Zarpazo de tigre" era el suboficial técnico de primera Rafael Saturnino Rupire. Padre de tres hermosos hijos y esposo de una bella mujer llamada Rosa Oroya Chuquipiondo. Saturnino de cuarenta y ocho años de edad era una persona muy querida por su familia. Siempre se despedía de ellos a las 6:00 am de la mañana cuando se iba a trabajar a la comisaría de la Perla en el Callao. Era el mayor de siete hermanos. Tenía una barriga prominente producto de la cerveza que bebía algunos fines de semana y que terminaba en unas borracheras tremendas donde corría cuchillo, bala, peleas y escándalo. La gente que lo conocía sabía que era incorregible, y cuando alguien quería reclamarle y llamarle la atención por su comportamiento, él les decía de manera directa y desafiante “¡Que pasa, carajo! ¡Cuidadito con abrir la boca! ¡Me los siembro a todititos ustedes y los echo al calabozo!". Tenía una nariz aguileña con unos orificios como dos cañones de escopeta; unas piernas que parecían de gorrión; la piel quemada por el sol y unos ojos muy negros como dos choloques. Su boca era como el pico de una lechuza (muy pequeña) en medio de dos cachetes hinchados producto del alcohol. Siempre decía ante una amenaza o extorsión de algún delincuente nacional o extranjero “aquí estoy para poner el pecho por mi familia y mi país". Pero cuando se enteró que había sido seleccionado para la misión de capturar a aquel sicario venezolano, se asustó y luego se apenó un poco porque pensó por un momento que nunca más volvería a ver a su familia.

El segundo policía seleccionado para la misión era el suboficial técnico de segunda Antonio Cordero De la fuente. Trabajaba en la comisaría del distrito de la Victoria en Lima. Le gustaba fumar una cajetilla de cigarrillos al día para así evitar el consumo de marihuana y demás estupefacientes, aunque en sus vacaciones y alguno que otro fin de semana los vecinos lo veían con los ojos rojos, amenazando a todo aquel que se atravesara en su camino, muy mal humorado y violento. Era soltero y no tenía hijos. Llevaba cuarenta años encima y hasta la fecha de su llamamiento para la misión no se había casado y mucho menos había conseguido una novia. Los días en que estaba sano y alegre visitaba a sus vecinos, amigos, compañeros de trabajo y se disculpaba con todo aquel a quien había ofendido con alguna palabra, falta, o exabrupto el día anterior. Amaba a sus padres y hermanos y ellos también a él. Le perdonaban su mal genio, sus vicios, su tacañería y hasta su mal olor. “Nunca me echo perfume; solo uso agua, jabón y desodorante", decía muy orgulloso a todo aquel curioso que le preguntaba por su manera de ser. Andaba bien afeitado, y su calvicie, debido a la ansiedad y al estrés, la asolapaba cortándose el cabello al ras. Cuando le avisaron que estaba en la lista de los integrantes para la misión, reunió a toda su familia; abrazó a sus padres y hermanos y lloró junto con ellos. Él sabía muy bien que para eso se había hecho policía, para defender a la patria de los enemigos. Tenía que dar la vida por su familia y por su país.

El tercer agente era el suboficial técnico de primera Manuel López Feijoo. Trabajaba en la comisaría de puente piedra. Era de ascendencia China. Su contextura era delgada y solía usar unas gafas oscuras. Su comida favorita era el ramen con lonjas de carne de cerdo, y como bebida favorita tomaba el popular sake. “¿Y tú por qué consumes comida japonesa si eres chino?”, le preguntaban en el trabajo, “Para variar, pues, hermano; Ya estoy cansado del arroz chaufa; Uno se hostiga también”, les contestaba. Se jactaba de ser mujeriego y siempre decía para fanfarronearse “ayer salí con tres hembras y cumplí con todas. Las dejé muertas, hermano”. Conocía todos los prostíbulos de Lima y nadie los conocía mejor que él. Cuando por motivos laborales apoyaba a hacer requisas en aquellos lenocinios, buscaba una excusa para acusar al dueño del local de alguna falta grave o delito y después le perdonaba la sanción a cambio de favores sexuales con sus trabajadoras. “¿chino, como le haces para estar con todas y durar tanto a tus sesenta años?”, le preguntaron una vez sus amigos; “ah…, tengo mi secretito, pues, hermano. Bebo té de ginseng coreano. Esa planta que tiene forma de mujer. ¿has visto o no…? Ya ves, ya te acordaste; Y luego le agrego kion, miel y limón; Y listo, eso es todo”. Después, todos los que estaban ahí presentes escuchando, sacaban lápiz y papel y copiaban la receta que les había indicado.

El cuarto policía convocado para la operación venía de la Amazonia peruana. En el trabajo todos le decían “boíta", pero en realidad se llamaba Rolando Amasifuén Matamoros. Laboraba en la comisaría del distrito de Villa el Salvador. Tenía bajo su responsabilidad cuidar todas las bodegas y negocios de su zona ante la ola de asaltos y extorsiones de los delincuentes, y cobraba una comisión a manera de propina por parte de los propietarios de los negocios. Una vez uno de los propietarios, la señora Esther Domínguez, dejó de pagar cupo por tres meses y el popular “boíta" le sembró un ladrillo de clorhidrato de cocaína en su tienda, y la dueña se fue presa directo al penal de mujeres de chorrillos. Fue una experiencia amarga para él, pero después se arrepintió de lo que había hecho. Tenía cuarenta años de edad y había venido a Lima traído por su tío. Había trabajado en una caballería donde el dueño era un comandante de la policía de apellido Priale. “¿Qué haces con esa cuchara en los bolsillos?”, le preguntó una vez el comandante, y el respondió “Es por si me da hambre, ya tengo conque comer”. Entonces el comandante poco a poco iba conociendo sus costumbres y le dejaba tranquilo sin molestarlo, hasta que adoptara o se vaya acostumbrando a los modos de la gente de la capital. Con el transcurrir de los años, por su dedicación a la crianza de caballos de paso, el comandante lo ayudó a ingresar a la policía. Ahora se había convertido en todo un suboficial y el comandante se molestó un poco cuando el coronel Astudillo Mamani lo enlistó para la misión. “No, no te lo puedes llevar; es mi recomendado", le increpó. “Aquí nadie tiene padrino. Las órdenes se cumplen sin quejas ni murmuraciones", le hizo saber el coronel Astudillo. Y el comandante Priale, el protegido de “boíta", no pudo hacer nada para evitar su alistamiento para la misión.

    - Mi coronel, aquí tiene el legajo de cada uno de los convocados para la misión. Está documentado y actualizado como usted lo pidió. Le hicimos un seguimiento exhaustivo a cada agente a cualquier lugar a adonde iban e investigamos su vida privada. Tenemos testimonios de vecinos y gente que los conocen y hay vídeos, audios y todo. Con todo esto, mi coronel, los agentes cumplen con todos los requisitos que se necesitan para conformar el equipo operativo, tal cual como usted lo solicitó.

      - ¿Y el equipo “B" ya está listo para intervenir como le ordené?

      -     Sí, mi coronel. 

     - Bueno, gracias teniente Jiménez por su trabajo. Permítame felicitarlo. Aquí tiene la papeleta de permiso por cinco días que usted me pidió por un asunto netamente familiar.

     -     Gracias, mi coronel. Permiso para retirarme.

Una llamada anónima de la cual solo sabía y se había reservado para sí mismo el coronel Astudillo Mamani para evitar toda infiltración y sabotaje a la operación, había dado información exacta acerca de la dirección del temible “calibre 43”.

     - Salgan y tomen sus posiciones. Ustedes ya saben que hacer. Solamente deben recordar las indicaciones que he dado esta mañana, ¿de acuerdo? No tenemos tiempo. Debemos evitar su fuga de este país. Tengo información que probablemente esté pensando en irse a Ecuador o Colombia y de ahí partir para España. Recuerden, es el que tiene tatuaje de la santa muerte pidiendo silencio en el brazo izquierdo. 

     - ¡Sí, mi coronel! – gritaron todos al unísono.

      - Disculpe, mi coronel. ¿Pero usted cree que sean suficientes estos preparativos? – le preguntó “boíta".

     - ¿Qué está usted hablando, suboficial? ¿Acaso tiene miedo? Deberías tener vergüenza por lo que me acabas de decir. Ustedes son policías. Están preparados para combatir el crimen en todo momento y circunstancia. Justifique su sueldo, carajo. Aquí estamos todos para defender y servir fielmente a la patria.

        - Eh…, eh…, si…, perdone usted, mi coronel.

“Calibre 43” se refugiaba en el departamento número 343 del tercer piso del edificio “La alameda” en el distrito de San Martín de Porres. Los cuatro policías tomaron sus posiciones y lo esperaron a que saliera del departamento a la 15:00 pm de la tarde, según información policial que manejaba el coronel Astudillo. Sin embargo, transcurridas dos horas de espera, el sicario venezolano no aparecía por ningún lado.

Todos se preguntaban si de repente habría salido por alguna puerta falsa o escondrijo, o tenía un hermano gemelo que se hacía pasar por el para así despistar a la policía. Pero la información nunca se equivocaba, porque estaba en juego la vida de cuatro valerosos policías.

      - Mi coronel, todo sin novedad. Aún no aparece el objetivo. – llamó el “chino” Manuel Feijoo por radio al coronel Astudillo.

        - Salgan del lugar; retírense. Repito; Aborten la misión, repliéguense; regresen a sus unidades.

        - Comprendido, mi coronel.

Al parecer, el coronel Astudillo había recibido la llamada de uno de los altos mandos de la policía nacional del Perú, indicándole que cancele toda misión en marcha y se presentase inmediatamente ante el general Aponte con el informe correspondiente de la operación “zarpazo de tigre" y por eso tuvo que abortar la misión de manera imprevista.

Los cuatro valerosos policías se abrazaron y bajaron por las escaleras. Iban conversando en voz baja y hasta en lenguaje de señas cuando de pronto escucharon un disparo que pasó justo por sus cabezas y fue a dar en la sien del suboficial Rafael Saturnino Rupire. Este cayó al piso de golpe como un saco lleno de cemento y fue a rodar por las escaleras dejando en su camino un rastro rojo de sangre. Un segundo disparo traspasó el tórax del suboficial Manuel López Feijoo, destrozándole el corazón y dejándolo tirado en el piso, inerte, sin vida y empapado en sangre.

Ambos suboficiales, “Boíta” y Antonio cordero, corrieron despavoridos a refugiarse en algún lugar del pasadizo de las escaleras. Sacaron sus armas para defenderse, pero no les alcanzó para repeler la lluvia de balas que “calibre 43” disparaba sin cesar.

        - De aquí no salimos con vida, hermano. Ya fuimos. – se quejaba Antonio cordero.  

            - Al menos tú no tienes mujer e hijos a quien cuidar y mantener,  yo sí. – le hacía notar “boíta".

      - ¡¡¡Ahhh…!!!, ¡¡¡me dieron, maldita sea!!! Yo no estaba preparado para esto. ¡Me desangro! ¡ayuda! ¡auxilio! ¡una ambulancia!

         - Aguanta, hermano. Vamos a salir de esta. Lo juro, por Dios.

El suboficial Antonio cordero no pudo contener la sangre; sufrió una hemorragia severa producto de nueve impactos de bala que fueron a dar en el estómago, hígado y pulmones, y murió.

“Boíta", el único sobreviviente de la operación, logró llegar al primer piso del edificio pero “calibre 43” no le permitió salir a la calle y lo remató ahí mismo en presencia de toda la gente que corría con pavor y desesperación a esconderse.

       - ¡coronel, su operación resultó todo un fracaso, maldita sea! ¿Por qué envió a esta gente como carne de cañón cuando usted sabía muy bien que no cumplía con los requisitos de una misión tan peligrosa para acabar con ese despiadado delincuente?

     - ¿Fracaso? ¿requisitos? Disculpe, mi general, pero, ¿de qué está usted hablando? Le aseguro con toda franqueza que el personal seleccionado cumplía con todos los requisitos que se requerían para llevar a cabo el operativo. Aquí no ha habido ningún fracaso. Al contrario más bien, mi general, la misión resultó todo un éxito. Todo salió de acuerdo al plan. Todo funcionó como un reloj suizo. Pero eso sí, yo fui el que dio la orden de abortar la misión, Jajajaja… Combatí el crimen, mi general. Prometí acabar con la lacra de este país y lo he hecho, jajajajajaja…

       - ¡¡¡Quééé…!!!, ¿pero qué está usted hablando? ¿Has perdido el juicio, acaso?

       - No, nada de eso, mi general. Aquí tiene usted estos legajos. Es el historial de cada agente que participó en la operación “zarpazo de tigre". Esta muy detallado y actualizado. Léalos y convénzase usted mismo. Le repito que he cumplido con lo que prometí.

           - ¡¡¡Explíquese!!!

    - Pues está más claro que el agua, mi general. Nos deshicimos de un borracho, un drogadicto, un mujeriego y de un extorsionador. ¿Acaso no cumplí con lo que prometí cuando le dije que acabaría con lacra de este país? Y con lo que respecta a “calibre 43”, no se preocupe usted, mi general, el equipo “B" se encargó de aniquilarlo segundos después de que acabaran con el equipo “A". Está tan lleno de plomo que ni su mamá y su perro lo van a reconocer. Necesito su recomendación y la venia del comando general policial para mi próximo ascenso. Y ahora deme un permiso porque en estos momentos voy a felicitar a mis valerosos policías del equipo “B” que cumplieron con éxito la misión que les encomendé.

                                                                            fin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 23 de septiembre de 2024

El último invento de Pedro Paulet

 Viajé desde Lima hacia Arequipa con el objetivo de conocer exactamente todos los detalles y pormenores acerca de la vida y obra del ingeniero e inventor peruano Pedro Paulet, y confirmar con fuentes fidedignas, in situ, si en realidad tenía por derecho llamársele el pionero de la era espacial. Me presentaron con el profesor Mostajo, un historiador muy conocido que se desempeñaba como el biógrafo de nuestro inventor peruano y que se adjudicaba el derecho de conocerlo mejor que nadie. Tenía setenta y un años de edad, unos bigotes con puntas hacia arriba y cualquiera que lo viera diría sin pensarlo dos veces que era la viva imagen del mismísimo Pedro Paulet.  

-      Señor, Mostajo ¿es cierto eso o no? 

-      Pues, sí. Paulet fue el pionero de la era espacial.  

-     ¿Pero por qué la nasa o el mundo no lo reconoce como tal y, sin embargo, si lo hace con Wernher Von Braun? 

-   Lo que pasa es que la nasa en su momento lo quiso ocultar para que ellos se adjudiquen el reconocimiento y se lleven todo el crédito. Acuérdate que todo eso sucedió en plena guerra fría y Estados Unidos competía con Rusia por el poder geopolítico, militar, científico, y por llegar primero a la luna. Querían demostrar ser la única superpotencia en el mundo y el país más poderoso de todo el globo terráqueo.  

-     ¡Ohhhh…!!!!!!!, ahora comprendo todo. 

-     ¿Y qué es esto? 

Palpé un objeto metálico del tamaño de dos metros y medio de alto y un metro y medio de ancho, parecido a un horno eléctrico trifásico para hacer pan, que estaba pegado a la pared de la habitación. El profesor Mostajo se sorprendió cuando le hice la pregunta. Se sintió un poco incómodo al principio, pero luego le tomó menos de tres segundos para responder a mi interrogante. 

-      ¿Cuál? ¡Ah… eso…! ehhhh... Es… es una refrigeradora que adquirí hace muchísimo tiempo. La conservo hasta ahora en perfectas condiciones. Le he hecho algunas modificaciones y todo para alargar su periodo de vida útil. Sabrás perfectamente que las cosas antiguas duran más y por eso son mejores. Los objetos de ahora no duran mucho tiempo y se deterioran muy rápido. No hay nada como aquellos tiempos. Esos fabricantes sí que sabían construir las cosas y no se les escapaba ningún detalle, jajajajaja… estoy a punto de venderla a un conocido que va a emprender un nuevo negocio como puede usted ver: Una heladería, nada más y menos, Jajajajajaja… ahora mismo estaba a punto de darle un mantenimiento y de hacerle unos pequeños ajustes, jajajajaja… – el profesor Mostajo me daba la impresión de querer tomarme el pelo. Me di cuenta por su hipócrita sonrisa. No quería quedar como un tonto, pero le seguí el juego en la conversación para no levantar ninguna sospecha y para que el viejo siguiera parloteando a ver si en una de esas se iba de la lengua y me contaba alguno de sus secretos ocultos relacionados a Pedro Paulet. Aunque también le seguía la corriente para no quedar como un antipático porque no quería que el viejo me echara de su casa muy rápido. 

-      ¿No será muy grande, para ser una refrigeradora? – le pregunté. 

-      Bueno, sí. Un poco.  

-      ¿Y este manual? Esto se parece mucho a esta refrigeradora. De seguro es el modelo original que se usó para construirla. Ya veo ¿y que son esos planos que están más allá? Parecen partes de algún aparato electrónico. Deben ser sus partes internas de seguro. Usted la hizo más grande para que así pudiera caber más cosas adentro. Y ahora lleva algunos componentes extra. Pero el papel de estos planos se ve muy viejo y amarillento. Pareciera no ser de esta época.  

-      Se nota que eres muy curioso. Bueno, déjame decirte que en su momento la amplié como tu muy bien lo acabas de decir, y estos planos me sirven como guía para encontrar algún desperfecto o avería grave que se pueda presentar, eso es todo. Ahora como te repito, le estoy dando unos pequeños ajustones y por eso saqué los planos por un momento. Aunque déjame decirte que no los necesito en verdad. Conozco este aparato como la palma de mi mano. 

El profesor mostajo se sonrojó un poco. Se le notaba algo de preocupación en su rostro, después empezó a palidecer y respiró por espacio de cinco segundos para intentar calmar aquella ansiedad que tenía. Luego comenzó a doblar rápido aquellos planos de ingeniería electrónica, para después guardarlos dentro de un cajón.  

-      Son planos antiguos – respondió ya más calmado -.  Solo los guardo como una reliquia familiar. No deberías darle ninguna importancia.  

-     Está bien, profesor. Ahora que lo veo, usted se parece mucho a Pedro Paulet. Lo debe admirar muchísimo para imitarlo tan idéntico y dejarse la cabellera y los bigotes así y vestirse del mismo modo. Debe ser seguro un familiar de usted. 

Saqué de uno de mis bolsillos de mi pantalón un billete de cien nuevos soles y lo alejé de mi vista para comparar a ambos personajes ahí mismo. El profesor mostajo me miró con una sonrisa socarrona y luego sacudió la cabeza.  

-      Mmmmm…De ninguna manera. No tenemos ningún parentesco.  

-      ¿En serio? 

-      Lo juro.  

-      Pues, pareciera que usted fuera su hermano gemelo. 

Después de haber tocado aquellos temas que alarmaron mi curiosidad pero que no venían al caso, toqué otro punto de la conversación y me enfoqué a lo que vine, que era empaparme de toda información relacionada a Pedro Paulet. Tuvimos una charla por cerca de unas dos horas y media. El profesor Mostajo me iba relatando toda la historia acerca de la vida del inventor peruano. Yo iba escuchando impresionado de tanta información muy detallada que no dejaba de preguntarme una y otra vez si no estaría hablando con el verdadero Pedro Paulet. Llegamos a un punto de la conversación en que empezamos a hablar de viajes en el tiempo, teletransportación, vida extraterrestre en otros planetas, agujeros de gusano, portales dimensionales y hasta de cómo crear una máquina que prolongue la longevidad. El profesor Mostajo hablaba con mucho conocimiento del tema y aseguró también que Pedro Paulet conocía acerca de todo eso, insinuando que probablemente se había puesto a trabajar en la construcción y diseño de algún proyecto relacionado con alguno de esos temas.  

-      Usted sabe mucho, profesor, acerca de él. Parece que lo hubiera conocido en persona.  

-  Lo he estudiado muchísimo. Ah, pero también soy su admirador y fanático. Como buen arequipeño debo conocerlo como a mí mismo para poder hablar de él frente a entrevistas, auditorios y conferencias.  

-      Claro, por supuesto.  

Tuvimos una conversación muy grata y amena al final del día después de todo, y ambos nos caímos tan bien que quedamos en vernos en una próxima entrevista. Me había hecho su amigo y eso fue muy satisfactorio para mí. No lo quise interrumpir más porque me di cuenta que estaba enfrascado en su trabajo de mantenimiento de aquel aparato ya mencionado, así que me despedí del profesor con un fuerte apretón de manos y un abrazo, y regresé a la habitación de mi hotel.  

Decidí quedarme en Arequipa por una semana. Visitaría algunos lugares turísticos y disfrutaría de su rica comida (está por demás hablar del ya conocido y famoso rocoto relleno). El clima era perfecto para quedarse a vivir. Atrás quedarían mis problemas de asma producto de la humedad y la contaminación de la capital.   

Luego de transcurrida aquella semana decidí partir a lima con toda esa información recibida y fui a visitar al profesor Mostajo por última vez para tomarme una foto con el antes de regresar. El mundo tenía que conocerlo. Todos se sorprenderían al enterarse que estuve hablando con una persona muy allegada e idéntica al inventor peruano. Y claro, yo estaría orgulloso de eso. Mi foto al lado de “Pedro Paulet”. Sería el primero o el último en conocerlo jajajajaja…. Pero siempre siendo consciente que aquel personaje solo era su imitador. Pero vaya que imitador para profesional. 

Cuando llegué a su oficina, encontré la puerta entreabierta. Caminé algunos pasos y a tres metros de distancia, encontré tirado en el piso al profesor Mostajo.  

-      Profesor, despierte, por favor. ¿Qué le sucedió? 

Con una voz ronca, lenta y apagada, me contestó lo siguiente:  

-    ¡Ahhhh…! Llama a la señorita Vivian, por favor. Ella sabrá que hacer. Vive en el departamento de al lado.  

-      Si, eso haré. No se preocupe, ahorita vengo. Aguante, profesor. No se me vaya a ir, por favor.  

Fui por la señorita Vivian y nos apresuramos juntos por ir a ver al profesor. Cuando llegamos todavía seguía allí con vida, aunque respiraba con dificultad. Al acercarme noté que su rostro había envejecido más que hace algunos minutos, y su piel y músculos estaban enjutos como una momia disecada. A simple vista, el profesor sufría de alguna enfermedad grave o se había contagiado de alguna bacteria maligna. Al darme cuenta perfectamente sobre eso, la señorita Vivian me hizo a un lado increpándome lo siguiente: 

-      Retírate, por favor. Y cierra la puerta cuando salgas.     

-      Pero, quiero ayudar, señorita.  

-      No, por favor. Retírate y cierra la puerta. Después te lo explicaré.  

Retrocedí muy sorprendido y encolerizado por aquella actitud. Yo sabía que el profesor Mostajo me necesitaba, pero aquella señorita me impedía ayudarlo. Esperé afuera en la puerta por espacio de diez minutos y ninguno de los dos se atrevía a salir. El profesor Mostajo necesitaba un doctor urgente. Algo raro estaba sucediendo ¿Porque esa actitud hacia mí? No era su familiar, pero le había cogido un cariño al viejo. Me daba pena su situación.  

Transcurrieron unos minutos más, hasta que al fin apareció la señorita Vivian en la puerta.  

-      ¿Como está el profesor Mostajo? ¿Se encuentra bien? 

-      Disculpa que te haya sacado de la habitación de esa manera.  

-      No se preocupe. – le respondí.  

-    Soy su enfermera personal del profesor. Soy la responsable de sus cuidados y de velar por su salud y bienestar.  

-      Ya veo.  

-    El profesor se encuentra bien. Pero por ahora no puede atender a nadie. Esta descansando en estos momentos. ¿Podría venir mañana, por favor? Le aseguro que si viene mañana, él lo atenderá con mucho gusto.  

-      Mañana no podré. Viajo hoy a lima y solo quería despedirme de el por última vez ¿En serio no puedo verlo? 

-      Hágame caso, amigo. Venga mañana, por favor.  

-      Está bien. Haré un esfuerzo.  

Al día siguiente aparecí en la puerta del profesor.  

-      Profesor mostajo, ¿Cómo se encuentra usted?  

-      Ahhhh… Muy débil… 

-      ¿Pero que tiene? Se le nota más envejecido que antes. ¿Qué le ocurrió?  

-   Esta vez sí estoy a punto de morir. Voy a morir y ya no regresaré más. Debí morir hace muchísimo tiempo.  

-      ¿Ya no regresará más? Pero de que está hablando usted.  

-     Ya no tiene solución y tampoco la energía suficiente para poder encenderla de nuevo. Déjame morir.  

-      Pero, está usted delirando. Debo llamar a la enfermera.  

-  No, no lo hagas. Ya se preocupó mucho por mi durante todo este tiempo. Ya no quiero molestarla.  

-      Entonces permítame llamar a un doctor.  

-      Los doctores no saben nada ¿Cómo crees que me he mantenido con vida todo este tiempo? 

-      Pues, no lo sé.  

-      Si quieres saber toda la verdad, pues aguarda, que muy pronto lo sabrás.   

Esperé unos diez minutos al lado del profesor Mostajo, mientras al parecer, el viejo iba agonizando. La señorita Vivian se apersonó pocos minutos después y cubrió con una manta el cuerpo inerte y ya sin vida del profesor.  

-      Señorita, Vivian ¿Qué acaba de pasar con el profesor Mostajo? ¿podría contarme toda la verdad, por favor? 

-      En realidad, no hay nada más que contar de lo que ya han visto tus propios ojos.  

-      ¡Que…! 

-      Así es, amigo. El profesor mostajo te estuvo mostrando toda la verdad durante todo este tiempo. Él no era cualquier profesor.  

-      ¡Ya lo sabía! Su interés y conocimiento por la ciencia y muchos temas en general. El tipo era un sabelotodo. Tenía que ser muy inteligente para saber todo eso y dominar esos temas con una profundidad que solo una persona muy preparada y culta podría tener. 

-      Por eso fue el quien inventó esta máquina ¿para qué crees que la hizo? Pues, para mantenerse con vida y retardar su envejecimiento.  Pero hace como dos semanas tuvo que entrar en ella para su tratamiento y la máquina se descompuso y no pudo repararla. El combustible especial que utilizaba también se le acabó. Tuvo muchas deficiencias que se le juntaron al final. El tiempo se le acababa. En eso tu apareciste en su oficina y tuvo que disimular lo más que pudo. Pero el profesor confiaba en poder encontrar la falla y desgraciadamente le quedaba poco tiempo para volver a envejecer. Tenía que entrar a la máquina para poder regenerar su cuerpo. Pero no llegó a tiempo. Mi abuela trabajó para el por allá en el año de 1900 y después también mi madre. Luego seguí la tradición y me convertí en su enfermera personal por pedido de ambas.  

-      ¿Cómo? ¿año 1900? ¿Cuándo nació el profesor mostajo si se puede saber? 

-      Los registros oficiales demuestran que nació el dos de julio de 1874. 

-      ¿Pero esa no fue la fecha en que nació Pedro Paulet?

-      Tal vez. Que coincidencia, ¿no? 

Me alejé de aquella casa muy asustado y no pude creer lo que había escuchado. Dudaba en dar a conocer al mundo acerca de lo que me acababa de enterar ¿Alguien me iba a creer aquella historia? No quería quedar en ridículo así que me la guardé para mí mismo. Nadie tendría porque saberlo, pero sé que en algún momento el mundo se enterará. 

 

FIN

SODEDAT ROCLE

Lo conocí un domingo. Aquel día se realizaba un torneo de pesca en el muelle de Pimentel en el departamento de Lambayeque, y el premio era...