martes, 27 de agosto de 2024

El envenenador del ajedrez

 

En la primera ronda del torneo “Interdistrital de ajedrez para jugadores de club” que se realizaba en la ciudad de lima, me tocó jugar contra Mariano Escudero. Un señor de aproximadamente sesenta años de edad. Escuché que sus amigos le decían el ‘borrado’. Se notaba aquel apodo en su cara maltratada, producto del alcohol y la viruela. 

El organizador del evento y árbitro al mismo tiempo, el señor James Lazo, iba llamando a cada jugador por su nombre completo, y cada uno de ellos se iba ubicando en su mesa respectiva. Mi mesa era la numero seis. Cuando el árbitro dio la señal para empezar a jugar, los que teníamos las piezas blancas hicimos el primer movimiento.  

Transcurrido una hora aproximadamente, el árbitro del evento se alarmó porque el jugador Stefano Rodríguez, un señor de sesenta y siete años de edad, de la mesa cuatro, que acostumbraba ir al baño cada diez minutos (cosa que al árbitro le molestaba), por un problema de prostatitis, no había regresado. Cuando fue a buscarlo, lo encontró tirado en el piso junto al excusado, pero segundos antes, pudo darse cuenta como el señor Mariano Escudero, que también había ido a los servicios higiénicos (pero después del señor Stefano Rodríguez), salía del baño cerrando la puerta tras el de una manera  sospechosa, quizá tratando de huir haciéndose pasar como si no hubiera pasado nada, ya que su manera de ser era indiferente, lenta y antisocial; o tal vez simplemente intentaba buscar ayuda aunque no se notara su intención.  

El señor Mariano Escudero cuando se percató que el árbitro del evento lo estaba observando desde cierta distancia, se puso muy nervioso con la cara colorada pensando en lo que dirían los demás de él saliendo del baño y con el cuerpo del señor Stefano así tirado en el piso; y tartamudeando, solo atinó a decir:

- Veeee…nga, veee…nga, vee…nga, por favor. El amigo Rodríguez se ha desmayado. Esta inconsciente, no despierta.  

Cuando el árbitro se enteró de la noticia se apresuró para observar el cuerpo de cerca del señor Stefano Rodríguez y así confirmar lo que decía. Cuando lo hizo, recordó por unos instantes aquella vez hace ya tres o cuatro años, cuando discutieron por una partida blitz de tres minutos más dos segundos de incremento. En aquella ocasión ambos se fueron a las manos y cayeron al piso al mismo tiempo al perder el equilibrio.  El señor Stefano Rodríguez fue el primero que se levantó y empezó a patearlo en la cara y en el cuerpo hasta que alguno de los ahí presentes los pudo separar. Ambos, casi de la misma edad, terminaron ensangrentados, con moretones en diferentes partes del cuerpo y con la cabeza y nariz rota (aunque la peor parte se la llevó el señor James Lazo). A partir de ese día, su amistad se tornó fría y distante y nunca más volvieron a verse ni a saludarse hasta el martes 25 de marzo del 2022, día en que se realizaba el evento. El señor Lazo Sentía en su corazón que todavía guardaba un rencor hacia él, pero estaba oculto. Sabía que debía actuar con mucho cálculo y cautela para no levantar ninguna sospecha. El señor Mariano Escudero habló sin que nadie le preguntara:

- Yo entré por la otra puerta y al salir por esta otra, así lo encontré. Ahorita mismo me disponía a llamarlos a ustedes. Lo juro.  

Detrás del señor James Lazo aparecieron más jugadores que intuyeron que algo ocurría por la demora del señor Stefano y la ausencia del árbitro, y fueron a ver lo que en realidad estaba pasando.  

La señorita Marilyn, hija del señor Lazo y la ultima de sus cinco hijos, la engreída de la familia; una hermosa muchacha de veintidós años de edad, alegre y tierna; más parecida a un ángel del cielo, que había estado jugando su partida con el señor Stefano, dio un grito de desesperación y llanto al mismo tiempo, cuando fueron a avisarle lo que le había sucedido al señor Rodríguez.

- ¡Noooooo…!, no puede ser. ¿Qué le ha pasado? Ay, pobrecito el señor. Vamos a verlo. 

Con ayuda de dos jugadores, Hugo y Roberto, los de la mesa siete, altos y de contextura gruesa, lograron levantarlo y lo llevaron hacia el patio donde se realizaba el evento. Lo echaron en el piso sobre un cobertor para poder reanimarlo echándole aire con ayuda de una sudadera y un pedazo de cartón, pero al parecer seguía inconsciente y no mostraba señales de vida. 

- Ha sufrido un infarto al corazón debido al ajedrez.  A veces cuando yo juego ajedrez bala en la computadora, mi corazón se acelera rápido. Eso debe ser. – dijo un jugador llamado ángel. Un muchacho flacucho de unos diez años de edad, que era muy habilidoso para resolver los puzzles de ajedrez pero que no entendía nada de aperturas.

- No, debe haber tenido un derrame cerebral porque ya estaba viejo. Así le escuché hablar una vez a mi tío que es doctor - dijo otro muchacho llamado Alberto, de la misma edad que Ángel. Eran muy amigos y siempre jugaban partidas bullet (ajedrez bala de un minuto sin incremento) online todos los días a las diez de la noche hasta altas horas de la misma.  

El árbitro caminó hacia un lado de los concurrentes que se amontonaron para ver el trágico suceso. Cogió su teléfono e hizo una llamada. Después de un minuto, dijo lo siguiente:

- Ya viene en camino una ambulancia. 

Transcurridos cuatro o cinco minutos, la señorita Marilyn empezó a impacientarse.

- Ay, ¿por qué se demoran tanto? Se va a morir el señor. Mejor hay que tomar un taxi y llevarlo rápido. 

- Hija, es que no podemos estar moviéndolo al señ… 

Cuando estaba a punto de completar la frase, el organizador del evento se detuvo y señaló con la mano levantada apuntando hacia fuera de la calle para decir:

- … Ahí está la ambulancia. Al fin llegaron.  

Bajaron dos hombres vestidos de enfermeros y se acercaron al señor Stefano por indicación del árbitro para revisar su estado. Le dieron los primeros auxilios y le aplicaron el desfibrilador. Al no poder reanimarlo después de un minuto o dos, con esmerados esfuerzos, ambos hombres nos miraron muy tensos y uno de ellos dijo:

- No da señales de vida. 

Marilyn la única jugadora femenina del evento, que había conocido al señor Stefano aquel día, y que había estado jugando con él en la mesa cuatro, se puso muy triste y cabizbaja, y luego empezó a derramar lágrimas de sus ojos.  

Inmediatamente dieron aviso a sus familiares, amigos y conocidos del señor Stefano.

- Tenemos que llevarlo de todas maneras al hospital. Alguno de ustedes que nos acompañe. – dijo uno de los enfermeros.

- Si, está bien… ¿hija…, Marilyn…, acompañarme, por favor?

- Si, si…, si, Papá. – dijo Marilyn, que no paraba de demostrar su tristeza. 

Ambos subieron a la ambulancia con los dos enfermeros a bordo y todos los concurrentes que habían participado del evento de ajedrez en aquel día, nos dispersamos y nos marchamos a nuestras casas.  

Cuando los familiares del señor Stefano rodríguez se enteraron de la tragedia, se apersonaron muy raudos al hospital y recibieron la trágica noticia de que su familiar había fallecido. Los resultados de los exámenes del occiso les fueron entregados en un documento que decía lo siguiente: Muerte ocasionada por exceso de benzodiacepina (diazepam).  

La policía hasta ahora ha llevado el caso con mucha cautela. No quieren confirmar nada, pero creen que se trata de una venganza. 

Al día siguiente, después del suceso, el árbitro reanudó el torneo por ruegos de su hija.

- Ay, papito, por favor. Reanuda el torneo. Tengo la confianza por mi preparación. Ahora si estoy segura de que lo ganaré.

- Pero, hija. Todavía tenemos que guardar luto por el señor Rodríguez.

- Ay, mi papá. Ya pues papito. Me esforcé todo este tiempo en estudiar mis aperturas para este torneo. 

Y ahí estábamos otra vez jugando todos nosotros. El señor James Lazo ordenó repartir una botella de agua para cada jugador con su respectivo vaso, tal como lo hizo en la ronda anterior. 

Mi rival ahora era la señorita Marilyn. Era un amor por donde se le mire. Le embriagaba a uno con su aroma, dulzura y amabilidad. Su perfume tenía el aroma de las flores del jardín del edén. Cualquiera que la viera quedaba flechado al instante. El señor lazo cruzó los brazos y se plantó firme en medio de la sala mirándome con cara de suegro enloquecido, cuando me quedaba mirándole a la hija con cara de enamorado perdido. Yo sabía que era una jugadora muy fuerte (tenía 1978 puntos de Elo Fide en clásicas, y yo apenas llegaba a los 1500), así que solo me quedaba dar todo de mí para al menos sacarle un empate.  

El coronel Revoredo a cargo de las investigaciones apareció por el torneo y se acercó donde el señor James Lazo para hacerle unas interrogantes acerca de la muerte del señor Stefano.

- Mucho gusto, soy el coronel Revoredo, encargado del caso del señor Stefano Rodríguez. Por favor, permítame hacerle unas preguntas.  ¿Usted alguna vez tuvo una rencilla o pleito con el señor Stefano rodríguez? – le preguntó.

- Buuu... eee… no, si, no. ¿Por qué la pregunta? ¿Acaso insinúa usted que yo lo maté? Si va a venir con eso usted… Mejor permítame traer a mi abogado.

- Estoy investigando el caso, señor Lazo. Soy policía, ese es mi trabajo.

- Si…, pero. Si va a venir usted de frente así...

- ¿Puedo revisar sus bolsillos, por favor?

- ¡Nooo…!

- ¿Qué pasa? ¿A que le tiene miedo usted? Permítame, por favor. Solo estoy haciendo mi trabajo.  

Hubo un forcejeo entre los dos. Al fin el coronel Revoredo pudo meter sus manos en los bolsillos del árbitro.

- ¿Qué es esto?  ¡Diazepammm!!!!!!!

- ¡Sáqueme las manos de los bolsillos, patán!

- ¡Ahaaaa…!!!!!! Me vengo a encontrar con esto.

- ¡Las uso para dormir, maldito policía corrupto! ¡Sufro de insomnio! Ahora mismo voy a llamar a mi abogado para que se encargue de todo esto.

- Nadie le va a creer eso del insomnio. Son excusas baratas. A partir de estos momentos, queda usted detenido, señor Lazo. Usted es sospechoso por la muerte del señor Stefano Rodríguez. Usted lo drogó para matarlo por la cólera que le tenía.

- ¡Nooo…!!!!! ¡Déjenlo!!!! ¡Papito…!!!!!! ¡Nooo…!!!!! - lloraba la dulce Marilyn.

- Tranquila, hijita. No te asustes. No va a pasar nada. – le habló el señor lazo a su hija para intentar calmarla.  

Todos quedamos impactados por el accionar del policía. No sabíamos que hacer. El coronel Revoredo ordenó a sus dos suboficiales detenerlo y subirlo a la camioneta para llevarlo a la comisaria para encerrarlo en la carceleta.

- ¿Dónde está la orden del juez? ¿Dónde está la orden, maldito imbécil? – gritaba el señor James Lazo.

- ¡Nooo…!!!!! No se lo lleven, por favor. Se lo suplico. ¡Papito…!!!!! ¡Nooo…!!!!!! – gritaba la hija. 

Nos quedamos viendo como se lo llevaban al señor james lazo a la comisaria y el torneo otra vez tuvo que suspenderse hasta nuevo aviso.  

En la carceleta judicial apareció la señorita Marilyn con su madre y hermanos para visitar a su padre. Le trajeron una frazada, comida y fruta. Marilyn y su padre se abrazaron y lloraron juntos. Luego conversaron por varios minutos y su hija le habló acerca del torneo.

- Papá, puedo hacerme cargo del torneo yo sola. Mañana lo continuaremos. Tengo el apoyo de varios amigos que me quieren ayudar. ¿Recuerdas que te hablé acerca de la confianza que tenía para este torneo? Pues, no quiero perderla. Y tampoco toda la preparación que hice. Todo el esfuerzo que me costó. Ya pues, papá.

- Pero, hijita. ¿De qué me estás hablando? ¿No ves la situación en la que estoy? 

El abogado del señor James Lazo, pudo sacarlo de la carceleta judicial para llevar el juicio en libertad.  

Al día siguiente, el árbitro nos reunió a todos nosotros en su casa para avisarnos de que el torneo no podrá continuar hasta esclarecer el caso. Después de la noticia todos nos retiramos a nuestros asuntos y ahí se quedaron conversando Marilyn y el señor James Lazo.

- Hijita, ¿Sabes algo acerca de lo que pasó con el señor Stefano Rodríguez?

- No, no sé nada, papito.

- Ayúdame, por favor, a resolver este caso. Me van a dar cadena perpetua por ser el culpable de asesinarlo al darle un fuerte somnífero en su vaso de agua. Así me lo ha dicho mi abogado. Pero yo tengo la culpa también por llevar siempre estas malditas pastillas conmigo en los bolsillos. Lo que pasa es que tengo miedo que mis nietecitos Juancito y Danielito, que son bien inquietos y que se paran metiendo a mi cuarto a hacer travesuras, vayan a correr el riesgo de que se las puedan tomar por casualidad, por eso las llevo siempre aquí. Incluso justo un día antes de que empezara el torneo, abrí el cajón donde las guardaba para cargármelas. Pero me percaté que me faltaban tres pastillas. Eso me preocupó muchísimo. Ay, estos muchachitos traviesos. ¿O dónde las habré dejado? Ya hasta estoy perdiendo la memoria, caray. Sufro de insomnio, ¿Sabes, hija? Creo que son achaques de la vejez. Desde hace un mes no puedo dormir bien. Y tenía fuertes dolores de cabeza. Por eso fui donde un psiquiatra para que me recetara estas pastillas.

- Si, comprendo, papito.

- Por eso quiero que me ayudes. Apóyame a esclarecer este hecho. ¿Qué tienes, estas triste?

- Si. Un poco. Lo que pasa es que suspendiste el torneo otra vez. Y yo necesitaba jugar para subir mis puntos de Elo. Eso me molesta un poco. Estaba muy motivada, ¿sabes? Prepararse tanto para que suceda esto. Estaba segura de derrotarlos a todos y llevarme el trofeo, salvo al señor Stefano Rodríguez. Era muy fuerte, ¿sabes? Era el único jugador al que nunca iba a poder ganarle. Iba a pedirte que me ayudaras, pero vi que estabas muy ocupado y no quise molestarte. Así que me las arregle por mi cuenta.

- No tiene ninguna importancia, hija. Recuerda que es un juego.

- Pues, para mi si, y es muy importante. El ajedrez es la vida, papá. Lo dijo un gran maestro de ajedrez. Soy muy competitiva. Me gusta ganar. He salido igual a ti. Escuché que una vez le tiraste un puñetazo al señor Stefano Rodríguez por una partida de ajedrez blitz. Sabia que había un odio entre ustedes dos. Por eso pensé que si yo le derrotaba, tu estarías orgullosa de mi, Papá. Soy muy picona y muy exigente conmigo misma. Siempre me enseñaste a darlo todo para ganar. Ganar es lo que vale. Ganar a como dé lugar. Ganar como sea. ¿Sabes, Papá? Hasta soy capaz de utilizar otros métodos… – la señorita Marilyn se calló de pronto y miró de reojo al señor James Lazo que se sorprendió mucho por la manera de hablar de su hija y por su silencio sepulcral que cayó como un rayo. Se esperó unos segundos y la dejó terminar de hablar, aunque su mutismo cortante y repentino, se mantuvo así como una tumba. El señor Lazo era muy detallista e iba observando su hablar, su actuar y su lenguaje corporal. Luego cogió su teléfono y empezó a buscar en la lista un número telefónico. Era el del abogado defensor.

- Si, claro, hijita. Te escucho, continua, por favor...  

A la hija le extrañó que su papá cogiera el celular con manos temblorosas y con una cara que mostraba al principio pena y desilusión para luego pasar al de justicia y castigo. Era un rostro que decía “Es una pena realmente. No lo puedo creer, padre todopoderoso que estas en el cielo. Pero qué le vamos a hacer”.

- ¿A quién vas a llamar, papá? – pregunto la hija, con una palidez en el rostro.

- Por favor ayúdame a buscar mis pastillas que me faltan, ¿sí? Ve adentro. Espérame que voy a hacer una llamada. Tu adelántate, por favor. 

La hija se levantó lentamente y empezó a caminar hacia dentro de la casa, siempre mirando hacia atrás. Su mirada ahora mostraba pánico y terror. Por ratos se detenía para escuchar lo que iba a decir su padre por teléfono. Cuando llegó a la puerta y estuvo a punto de abrirla para ingresar, su padre pronuncio las siguientes palabras de manera triste, apagada y con lágrimas en los ojos: 

- Aló, Dr. Astudillo. Con mucha pena y desilusión debo confesarle que he encontrado al asesino del señor Stefano Rodríguez.  

En el informe del coronel Revoredo en la parte donde declaró la señorita Marilyn decía lo siguiente: ‘Cogí tres pastillas del cajón de la cómoda que está en el dormitorio de mi padre, donde las guardaba; y las hice polvo para ponérsela luego en el vaso de agua del señor Stefano Rodríguez para que no se sintiera cómodo y con ventaja durante la partida de ajedrez, y así poder ganarle con facilidad. No creí que se fuera a morir, pero creo que exageré en la dosis. Me dio una pena terrible cuando se desmayó y luego mucho más cuando falleció. Pido perdón a sus familiares y a mi familia propia. Eso es todo lo que tengo que decir’. 

 

  

 

 

 

 

 


sábado, 24 de agosto de 2024

La cosa maldita

 

  

 

 

 

Una mañana me encontraba pescando en el muelle de Pimentel cuando de pronto un meteorito cayó en la refinería "Inglasac" de donde extraían el petróleo los ingleses que habían hecho un contrato por treinta años con el estado peruano. Todos en el muelle nos alarmamos y queríamos retirarnos a nuestras casas ya que las explosiones se hacían consecutivas y podrían alcanzarnos aquellos residuos de petróleo y el fuego infernal que cada vez adquiría dimensiones enormes. 

 

Cuando estábamos a punto de marcharnos, escuché un grito desgarrador de mujer que me heló hasta la médula de los huesos. Los veraneantes que estaban ahí presentes corrieron para ver lo que estaba ocurriendo. Cuando llegaron al lugar del hecho, soltaron gritos de desesperación, impotencia y terror. Me acerqué para confirmar lo que había sucedido y me impactó tanto que miré hacia otro lado para no enfermarme y traumarme con el horror de tan salvaje crimen que tenía ante mí.  


- ¡Oh, no! ¡No puede ser! ¡Qué es esto, por dios! ¿Quién hizo esto? ¿Quién cometió este acto tan horrendo, salvaje y criminal? Debe ser un monstruo, me dije.  


Hay que llamar a la policía inmediatamente – pronunció un señor calvo con bigotes que se llamaba José. Tenía un cuerpo atlético y mucho bello en los brazos y en el pecho. 

 

- Si, ya viene en camino – dijo un joven llamado juan. Era alto, blanco, flacucho y de pelo largo casi rubio.  


- Gracias, hijo. Por favor no se acerquen mucho. No hay que…  


- ¡Ahhhhhhh…! 

 

Se escuchó otro grito aterrador del otro lado del cual todos habíamos venido. Era un grito de hombre. Todos corrimos a ver lo que había pasado cuando de pronto a los dos o tres segundos después de ese último, se oyó un tercer grito. Luego otro y después otro. Las personas en aquel muelle iban desapareciendo uno a uno y solo dejaban rastros de sangre, huesos y trozos de carne en el piso. No sabíamos que hacer ante aquel ente o monstruo que se comía a las personas. Nos reunimos los que quedábamos. Hicimos un círculo en medio del muelle. Esperábamos muy alertas a lo que ocurriese. No podíamos salir de ahí. Teníamos que estar juntos.  


¡Ayuda! ¡ayuda! ¡por favor!gritábamos todos. 

 

Pensábamos que solo así nos escucharían las personas que estaban en la orilla de la playa.  


¡Ahhhhh…! – grito el señor José.

 

Aquel monstruo desconocido se lo había llevado. Todos empezamos a desesperarnos. Ni la policía ni nadie venia en nuestro auxilio. Después de cinco minutos solo quedábamos tres personas en el muelle. ¡Por dios santo! No sabíamos que hacer. Aquella cosa maldita nos estaba comiendo vivos. Uno de nosotros se trastorno y se lanzó al agua. El otro sujeto lo imitó e hizo lo mismo y me quedé ahí solo. El terror me invadía y empezaba a perder el conocimiento. Comencé a expulsar espuma por la boca. Regurgitaba la comida y vomité todo lo que había consumido hasta esa hora. No pude soportar estar parado. Me tambaleé y caí al suelo. No tenía fuerzas para levantarme. Cinco segundos antes de que mi vista se nublara por completo para quedar en la oscuridad total, apareció una mancha oscura y gelatinosa como petroleó y con una voz áspera y profunda que pronunció las siguientes palabras: 'sut hjy bkuy lhuy ot fetlij kegyt' 

 

Cuando terminó de emitir aquel mensaje, perdí todo el conocimiento y nunca más volví a despertar.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


SODEDAT ROCLE

Lo conocí un domingo. Aquel día se realizaba un torneo de pesca en el muelle de Pimentel en el departamento de Lambayeque, y el premio era...